Cuentos en 3 tiempos

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1.- Arquitectura en 3 tiempos

... un banco como el de todas las iglesias, de madera sin
pintar, duro y frío como la piedra, pero en los que tan
hermosos ratos se pasan algunas veces.

Camilo José Cela 

Primer tiempo

     Subía, como cada tarde, a eso de las seis y cinco, en aquellos tiempos recién el reloj flamenco de las Tendillas daba el "mejores no hay" en off del Prats, por la calle Duque hasta llegar a la plaza del Queipo de Llano.

     A veces pasaba la mano por el bruñido barandal de la antigua iglesia de la Compañía, y subiendo la rasante de la rampa, antes del cambio, ya divisaba los muros de la antigua parroquia de Santo Domingo de Silos.

     Quizás en ese momento recordara la prohibición expresa del director del instituto -por supuesto masculino – de usar los pantalones vaqueros. Quizás recordara la conversación fugaz, oída en el soleado recreo, de que en una tienda de la calle Málaga vendían los auténticos vaqueros, traídos de contra de Tánger. El comunicante sabía incluso que los ocultaban debajo del escaparate minúsculo que daba a la calle, y que su precio estaban en torno a las cuatrocientas.

     -Pero vaqueros auténticos, totalmente americanos.

     Eran otros tiempos y las cosas o eran "totalmente" extranjeras, o no eran nada.

     Le daba un repeluzno la espalda, tal vez si era miércoles y recordaba sus apuros con las clases de dibujo lineal. Se le había grabado el primer trazo de tinta china que realizó con el flamante y virginal tiralíneas, y cómo, por no escuchar en ese momento al profesor, atareado con el Ramírez probablemente hablando de los susodichos vaqueros, no puso la regla con el bisel al revés. Al retirarla todo el trazo se corrió, precisamente cuando el profesor se había dignado apearse de la tarima y echar una visual a las mesnadas. La bronca fue casi en catalán, porque de aquellas tierras procedía.

     Difícil estaba, con estas coordenadas académicas, elegir arquitectura, pero las decisiones profesionales de nuestros bachilleres siempre se hacen por libre. Por eso a veces salen incluso bien.

Segundo tiempo

     No sabía precisar cuando se le entró la afición por los monumentos. De todas formas echó de menos desde primera hora que en la Escuela de Arquitectura no hubiera especialidades, y mucho menos que no las hubiera en Monumentos.

     Le había entrado la fiebre por analizar, minuciosamente, la planta de cuenta iglesia, arco, puente, casa señorial, mercado o estatua le salía al paso; medir los volúmenes, comparar composiciones de líneas, fugas, perspectivas, cimentaciones probables. Los arcos, las nervaduras, la distribución de cargas, penosamente superadas por sus antecesores, sin ningún cemento armado que echarle al proyecto, eran casi una obsesión para él.

     Pero tomó la decisión un buen día que recorrió de nuevo la adolescente plaza cotidiana de sus años de instituto. Es muy posible que se hubiera perdido buscando la tienda de los vaqueros –en Sevilla sí se permitían-. Lo cierto es que volvió a encontrarse con el volumen de la Santo Domingo de Silos. Indagó su partida de nacimiento fechada en el siglo XIII, allá cuando los castellanos, al mando -¿o bajo el mando?- fernandino empezó la colonización andaluza –con profuso riego de iglesias ¿profilaxis de la anexión?-. Siglos después, ¿quién le diría a Fernando?, la Compañía tuvo problemas con el gobierno y fue expulsada ¿fue?. Desde entonces aquí una legión quizás de polillas, baterías enteras de pequeñísimas e inocentes gotitas de agua, chasquidos continuos de la piedra en los cambios meteorológicos, la monótona, lenta e imparable sucesión de los años, todo ello junto, o quizás confabulado, habían minado la resistencia de los materiales, los puntos de apoyo de las líneas de fuga de las fuerzas... de los pesos.

     Pero el masificado aprendiz de arquitecto no veía esta ruina interior, este agotamiento flexor, esta pugna de equilibrios pétreos.

     Veía en cambio el tema para un buen proyecto de restauración final de carrera. Con fotos preciosas donde las grietas aparecieran mierdamente favorecidas; con primosoros y monjiles planitos de alzada, de planta, de perfil; con tecnocrático estudio económico de equis apéndices, conteniendo la memoria de materiales –auténticos a ser posible- precisos para la restauración.

     Todo escrito en una IBM eléctrica, con reprografía seca, con rotulación alemana, con sofisticados lacitos ornando el mamotreto aspirante al sobresaliente con –cum , demonios- cum laude.

Tercer tiempo

     Le habían llamado al Departamento a través de nota en el tablón de la cátedra, Le habían hecho pasar. Le habían felicitado y prometido que su trabajo era el más completo del curso, que muy probablemente –oiga, muy probablemente- recibiría el con –cum, demonios- cum laude.

     Y eran dos milímetros al año, o al bienio, o al trienio, o tal vez al quinquenio, los que bajaba el punto el Arco Central.

     Le habían hecho ver que su trabajo fue minuciosamente corregido, estudiado, analizado, comparado. Oiga, el cum laude no se reparte a voleo.

     Y era un grado al trimestre, o el semestre, o al año o tal vez a los trece meses, lo que avanzaba cada apoyo del Arco Central.

     Le habían sugerido la posibilidad, oye, posibilidad, no creas que un con –cum, demonios- cum laude se pasaba a instancias superiores así porque así; posibilidad de que Cultura y Patrimonio se interesara por el proyecto de restauración y lo que era más importante, f-i-n-a-n-c-i-á-n-d-o-l-o, había deletreado el adjunto escuchimizado de cátedra, con todo lo que eso significa para ti. Oye, que aún no has acabado la carrera.

     Y eran unos gramos más, quizás unos cristalitos calizos que no aguantan, los que cada diez años, o cada veinte o cada lustro rompían la resistencia del Arco Central.

     Le habían susurrado casi a medias palabras, que había gustado su trabajo. Que había causado muy buena impresión. Que sus mil doscientos cuarenta y tres gramos de folio DIN A4, -planos aparte- habían impactado -¿se dice impactar?- al Tribunal y que la decisión de pasarlo a Cultura y Patrimonio, escucha bien, mocoso, -condescendió el adjunto- había sido unánime. (Sólo hubo reparos respecto a los dorados de los goznes de las puertas laterales que no estaba claro fuesen los usados por Fernando –el rey-).

     Y eran las últimas micras de los nervios de la madera los que las polillas habían roído en las últimas 24, o tal vez 48, o todo los más 72 horas, de las vigas que apoyaban el Arco Central.

     Pero minuto arriba, minuto abajo en que el proyecto recibía el abracadabra mágico, sellado con Pelikan violeta, de SOBRESALIENTE CON –cum demonios- CUM LAUDE, hubo confabulación general en el arco central. Los enemigos judeos-masónicos de siempre se conjugaron derrumbando a toda la nave lateral del lado norte, con rápìda llegada de bomberos que sacaron de sus entrañas tres automóviles aparcados junto al bordillo, dos de ellos con las letras sin acabar de pagar.

     Días despues, hora arriba, hora debajo de que el precioso proyecto entrara en Cultura y Patrimonio, Santo Domingo de Silos –iglesia de- dio otro estertor postrero, y vomitó a la calzada otros jirones de sus siete siglos. Justo cuando los bachilleres del instituto –ya con vaqueros y mixtos- pasaban quizás pensando donde coño conseguir ahora pasta para no asustar con los plazos de la campera al rollo de la familia.