Cuentos en 3 tiempos

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3.- Cine en 3 tiempos

 

Primer tiempo

     Era odioso ver la llegada de otro puente de la sociedad de consumo. Si difícil era pasar los días, sólo, con todas las amigas ya casadas o a punto, hastiada de salir con los padres, ya rancios por los años, imposible el deambular por las calles, como una buscona, o ir sólo al cine a que te metieran mano, cuando llegaba un puente, las horas se alargaban interminablemente. Neuralgias televisivas tenía a partir de la cuarta hora de mirar la gris y anodina pantalla. Y la quinta hora todavía era sábado. Quedaba todo el domingo aún más largo. Dormir más significaba levantarse con la cabeza ida, no saber qué hacer hasta el cercano mediodía y amodorrarse en el sillón de orejeras hasta que el partido de fútbol obligara a estirar las piernas y hacer descansar los ojos chumirros de tanto mirar programa tras programa.

     Cada día, -desde que sobrepasó la treintena- le costaba más trabajo acercarse al espejo. A partir de cierta edad, rara es la semana que no nos trae algún disgusto. Arruguillas que salen como por arte de magia ¡hop!, una patita de gallo ¡hop!, una bolsita bajo la barbilla ¡hop!, hay que peinarse con flequillo disimulón-. Kilos de más que, a pesar de todos los regímenes y alguna que otra frenética temporada de gimnasia sueca, no se pueden reprimir... Cierta tristeza de ánimo, ya no remediable, ni con la mejor televisión de España, ni con la más anodina revista escaparate del físico del Bosé, ni la llegada, salida, retraso, adelanto de la estación primaveral.

     Los trescientos sesenta y cinco días cuesta vivirlos desde la óptica de esa marginación de la soltería a la fuerza. Si se es mujer. Si se vive en este país. Si ha llegado demasiado tarde la época de la ruptura.

     Ella echaba ese tufillo inocultable que las define y que pesa como losa de tumba impregnando hasta los más curiosos y singulares rincones del ser.

Segundo tiempo

      Llegaron con sus caballos de crines blancas y negras, con su corte técnica de cámaras de 35 mm., focos de 5 kv., película especial TV de 22º DIN/130 ASA, su script-girl sobrina de un director general, y sus especialistas, asesores y demás ralea de los equipos de filmación de la mejor televisión de España etc.

     Venía él, apuesto y ligón, con las espuelas de montar caballos y yeguas humanas, -se supone-. El resto de la cuadrilla que se asomaban domingueramente a última hora de la noche a los hogares de tantos miles de primos trabajadores que al día siguiente tenían que darle al currelo, en un intento de endulzar el último período de descanso semanal.

     También venía ella, -la otra, la profesional-, con todo el aire inalcanzable y deslumbrante de las primeras actrices aunque se vistan de trapillo y vaquerosaisnnadadebajo.

     Había que mover los caballos, los tíos y las tías, torpemente entremezclados en un guión de circunstancias y transición. Había que adulterar los escenarios naturales, los retazos de urbanos de supuestos pueblos andaluces que nunca existieron, en trozos de ICONA o en plazas a las que previamente había que quitar la señal de prohibido aparcar o dirección prohibida.

     Había, finalmente, que echar manos de alguna tonta que quisiera lucir en un segundo papel los restos de un cuerpo en fase de descomposición estética, envolviendo un alma desilusionada y sin viril que echarse a coleto, y que por unos miles "daba" bien, y "entraba" en el cuadro y sobre todo "tapaba" un buen pellizco del presupuesto.

     De todas formas fueron días maravillosos. De comidas en los paradores, de pavoneo al lado de la fauna del cine, de entrar en un lenguaje tan nuevo, tan ininteligible para el resto de los mortales.

     No fue un papelito muy largo, solo una criada hija de un primo hermano del tío que dio agua al Héroe bandolero en una de sus correrías en defensa del pobre y la democracia del siglo XIX, luciendo una túnica así, y una melena asá, y dejando ocho o diez centímetros de pecho a tiro de foco de cámara y a foco del galán.

     Los 132 segundo de aparición a todo color en el capítulo 132 o así, de la serie, depararon los nueve días más orgásmicos de su treinta y tantos años, los doce últimos bajo la tutela de la mejor televisión de España.

Tercer tiempo

     Hay que insistir: fueron unos días maravillosos, casi irreales. Días de apenas parar en casa, de no entender cómo a veces pueden ser tan rápidos, pasar el rosario de sus horas sin apenas darnos cuenta.

     Era conocer tanta gente, hablar tan nuevo lenguaje, vivir situaciones sofisticadas o, en todo caso, profundamente enervantes.

     Como cuando el galán le arrancó un manoseo de muy padre y señor mío allá en el pajar donde se estaba preparando la filmación de un ajuste de cuentas de la cuadrilla con un alcalde conservador. O cuando el técnico de iluminación le propuso irse con él a Madrid, que él conocía el ambiente, el rollo del cine y podía presentarle a gente que haría carrera de ella, claro que sólo a cambio de que se fuera con él. Con él. O cuando el actor segundón le prometió echarla una mano en el mundillo de los contratos donde tanto gavilán hay pero que él, por cosas de la vida, tenía un dominio de la situación de primera. A pesar de que me veas aquí haciendo de segundo, esto no quiere decir nada. Yo soy así.

     Era toda una tentación: dejar el anodino mundo de la ciudad provinciana, las horas largas y solitarias, las jaquecas televisivas, el deterioro físico falto de estímulos para conservarlo, la falta en suma de comunicación en un ambiente cerrado y chismoso.

     Sin embargo había que dar el salto casi en vacío. No había ningún papel en forma de contrato ni ninguna realidad en forma de cheque. Sólo promesas de ayudas a cambio de oscuros manoseos de consecuencias no especificadas. Ofertas de compañías pagadas quizás con alguna presentación convenida y sin fruto, o de un lento pasar de días aguardando una esperanza.

     Y lo peor era, caso de fracasar, la vuelta. Como despertar de un sueño agradable por el odioso despertador y encontrarse con una cama de sábanas revueltas y almohadas quizás húmeda de lágrimas imposibles.

     Y pasó la serie.

     La ví, a ella, un día en una tienda, no importa cuál. Venía como una loca, con una carpeta de fotos a todo color. Eran escenas de rodaje, donde aparecía vestida, maquillada, acompañada. En otras aparecía con los primeros y con los segundos, y con los técnicos y con la script-girl sobrina del director general.

     Y me sorprendió verla razonando como una persona mayor su no ida de este infierno para evitar "caer en las garras" de la fauna del cine sin "seguridad".