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Desayuno a la carta

 

   Estaba desayunando en el bar cuando el camarero le preguntó al cliente

   -¿Cómo quieres el café?

   Y él, con toda naturalidad dijo

   -Ponme del mío.

   La respuesta me hizo reflexionar sobre la riqueza de situaciones que a lo largo de mis años he vivido a la hora del desayuno. Excepto algún domingo, llevo años desayunando en la calle. He probado multitud de bares, de cafés, de panes, de aceites y mantequillas, de churros y jeringos, de combinaciones diversas de jamón, quesos y mermeladas, galletas…

   Mis amigas suelen cabrearse cuando les argumento que la decisión de desayunar en la calle se debe a mi observación cotidiana de que hay muchas más viudas que viudos. Siempre les sugiero que es en el café de la mañana donde ellas proporcionan al marido el producto para eliminarlo, porque en otra comida podía afectar a los hijos.

   Coñas aparte lo cierto es que por muchas cafeteras y muchas marcas de café que he probado en casa, ningún café me sabe como el de los bares. Recuerdo que cuando salí del hospital, después de haber estado en el mas de 40 días con sus noches correspondientes, le pedí a mi cuñado que me llevaba en su coche, que antes de llegar a casa, parásemos en un bar a tomar un cafetito.

   El rito es variado y multiforme: tenemos los cafés solos, dobles, cortados, con leche, largos de café, largos de leche, americanos, nube, sombras, leches manchadas, en caña, en taza. Sin olvidar los solos con hielo, característicos del verano. Por cierto hay bares donde cobran el hielo…

   Después entramos en los descafeinados de sobre, los descafeinados de máquina, con leche normal, semi o desnatada.

    En cuanto a temperaturas que si normal, que si con leche natural o fría o mitad y mitad.

   En el pan lo tenemos de molde, integral, baguete, pitufo, mollete de Antequera, bollo,…pero el colmo del sibaritismo es cuando el cliente dice

   -A mi ponme la parte de abajo…

   Normalmente ponen cuchillo y tenedor, pero no recuerdo haber visto nunca a nadie usar este último utensilio, así que ya cada vez lo ponen en menos sitios. Lo mío siempre es lo mismo por disciplina: un cortado y media con aceite por aquello de la salud y la dieta mediterránea. Lo único que pido es que esté caliente –no hay nada peor que un café, o una sopa, o una mujer fría- y que me pongan el salero, un vaso de agua y un servilletero. De vez en cuando me rebelo y cambio –una vez al mes- el aceite por la mantequilla. Donde por cierto la hay en estuchitos individuales, que si vienen del frigorífico no hay quien la unte. La hay a granel –ya prohibida por Sanidad- por lo que suelen servirla en este caso del recipiente con una cuchara de servir helados. Y la hay de la prohibidísima con sal –la SAS- que es sin duda la mejor. Igual pasa con los patés -los “fuagrás” en el lenguaje coloquial- y con la manteca colorá.

   Desde hace unos años se ha puesto de moda el tomate, quizás por influencia catalana. En estos años se ha desarrollado toda una inventiva para este complemento, pero al final ha triunfado el tomate triturado envasado que se sirve en dispensadores, terrinas o incluso en cuencos.

   Poco a poco en ciertos bares suelen acompañar a la tostada de una fina loncha de jamón y en otros, cercanos a lugares de trabajo duro, suele añadir fiambre, lonchas de queso… Una especialidad es la tostada de cachitos, donde el jamón va finamente picado. Empezó a servirlos un bar especializado en jamones y poco a poco van proliferando los establecimientos que lo ofrecen

   Detesto lo bares con autoservicio –porque no rebajan el precio a pesar de que tienes tú que servirte todo en varios viajes, sobre todo cuando hay una puerta con muelle en medio- y me encanta leer el periódico mientras me sirven, y partir el pan en dos tiras longitudinales, y comerlo pausadamente mientras me entero de las novedades del mundo, procurando no pringar el papel con el aceite o el café –pocos sitios hay que sepan servir el cortado sin llenar la taza hasta el borde, así que al removerlo para diluir el azúcar, indefectiblemente se derrama al platillo, y menos sitios aún en los que en esos casos te cambian el platillo-.

   El azúcar es otro mundo de los desayunos. Hasta el bar más modesto tiene sus estuchados con el nombre o logotipo impreso. Esto es una operación de marketing desarrollada en los últimos años por la que a cambio de comprar no sé cuantos kilos –para todo el año- te regalan la impresión… a cambio de rebajar los gramos de productos. En estos casos son 9 gramos, insuficiente para un café, pues lo normal son 10, 11 o incluso 12 gramos. De ahí que muchos clientes se vean obligados a pedir un segundo azucarillo.

   Alternativa creciente al azúcar es la sacarina, que viene ahora en sobrecitos individuales, aunque aún queda bares con los antiguos envases de plástico con dispensador.

   Cuando alguien ve que dejo de leer el periódico y me pregunta ¿es suyo o de la casa?, siempre me acuerdo de mi maestro en periodismo, Uceda, que cuando alguien en el bar le pedía el periódico que llevaba bajo el brazo, siempre contestaba con un rotundo no, y ante la cara de desconcierto del demandante, le explicaba en plan didáctico:

   -Mire usted, yo me gano la vida con esto, y si se lo presto a usted, es un periódico menos que vendemos.

   Yo aún no he llegado a eso. Ya me gustaría. Normalmente suelen servirme rápido y eficazmente quizás por mi monotonía de gustos, debe ser porque sin saberlo soy de  esos de

   -Ponme del mío

 

7.2010