Relatos urbanos

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OPERACION PLUS ULTRA

 

     -¿Le he pedido yo alguna vez un favor?

     Y con sus ojos babosos, cansados de ver súplicas, ayes de torturas, gritos de "soy inocente", mentiras y verdades abrazadas en humano y nauseabundo coito, miserias, me miró huidizo, y anheló con la vista un trago de la cerveza de su copa, y dio un sorbo y dijo:

     - No.

     - ¿Y, si le pido uno ahora?

     - Vamos a ver de que se trata.

     Y los ojos escupieron desconfianza -y cansancio- con la manida frase. Quizá quedara atrás, en telón de fondo, los mutuos favores, las informaciones cambiadas, los silencios forzados, los equilibrios de cuerda floja sobre la espalda de Democles de la Ley de Prensa.

     Él, próximo al retiro, yo, empezando mi vida en el periodismo. Mi ardor luchando contra su cansancio. Mis ansias de verdad y justicia contra su desconfianza contra las muchas miserias y mentiras entradas por sus sentidos. Mis pocos años contra sus muchos. Y casi cariño donde sólo hay dos mundos contrarios, opuestos. Él, el jefe de los que frenan a los que quieren pensar. Yo, uno de los que escriben quizás para no pensar. Y así.

     Y todo empezó en la misma puerta, con unos ojos llorosos de niña de doce años. Alumna mía para más señas. Junto a ella una hermanilla -aprendiz de diablo- rubiña, agresiva, práctica.

     Y su padre dentro. Por no sé qué cosa de un Convenio. En la larga espera de los interrogatorios, quizá del apretar de tuercas.

     Y los dos angelitos se habían quedado con ganas de poder entrarle un poco de comida. Uniformado agente había sido una pétrea muralla.

     - No insistas pequeña. No es costumbre.

     Y la pequeña rubiña que salta.

     - ¿Entonces se va a quedar sin comer?

     El uniformado

     - No insistas, las órdenes son las órdenes.

    Y así no sé cuantas veces habían insistido antes de que yo acertara a pasar. Antes de que la rubiña saltara como quien ve ángel de la guarda con corbata.

     La mayor -mi alumna- lágrimas y vergüenza. Entrecortada y muy ayudada por la rubiña me explica que no le dejan entrar la comida al padre. Y en el fondo, aleteando súplica. Aunque envuelta en juvenil odio. Quizá incluso hacia mí-testigo.

     Y fue entonces cuando vi al jefe. En el bar de al lado de la Comisaría. Con su copa de cerveza sorbida despacio con su babosa mirada. Con su gris presencia. Con su cansada experiencia de mentiras-miedos. Con su falta de confianza en la gente, con su ausencia de cariño.

     - ¿Usted ve a esas pequeñas de ahí fuera?

     Y sus ojos apagados miraron indiferencia-desprecio a través de la luna del bar. Enfrente estaba el sólido edificio oficial. A través de la ventana se leía borroso ya "CUERPO DE GUARDIA".

     - ¿Las de la bolsa de Galerías y el jarro?.

     - Las mismas.

     - Y bien.

     - La bolsa tiene comida para su padre. Está ahí dentro acusado de no me importa qué. La mayor es alumna mía y no le dejan entregar la bolsa. Usted es el que manda.

     - ¿Qué ha hecho el padre?.

     - No me importa, lo habéis detenido vosotros.

     - ¿Cómo se llama?.

     - Debe ser Ramírez de primer apellido.

     - Un hijo de puta.

     - ¿Me hace el favor o qué?.

     - ¿A ti que te va?.

     Diéronme ganas de escupirle. Justo a la babosa pareja de ojos fríos, serviles.

     Debió notarlo porque volvió a la copa de cerveza.

     -Bueno.

     - Tiene que ser ahora.

     - Me creí que era un favor.

     - El primero.

     Y sin que lo dijera él -el que mandaba- hice ostentosas señas al uniformado. Vino servil y saludó.

     Yo ya estaba fuera. De agradecer nada.

     Y el uniformado se acercó a la chiquilla rubiña y sonriendo -maricón- se llevó la bolsa camino de los sótanos de "seguridad".

     La rubiña me besó rápido mientras la mayor corría llorando de odio-vergüenza a ocultarse en los cercanos jardines. Y la rubiña la siguió, quizá contenta, quizá pensando venganza, quizá con la babosa mirada del jefe protagonista de sus pensamientos.

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