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Badén
Nublado apenas veíase la carretera a través del parabrisas y la propia color del ambiente presumía adivinar un helado frío fuera. Carretera gris y desgastada, con bastantes remiendos hacia El lugar. Era frío coger la aceituna en un día así de gris, así de gélido, así vacío de pájaros en el cielo que presentaba un azul tímido apenas encendido por el tibio sol invernal de la campiña. Ramas meciéndose -quizá tiritando- era la única vida visible desde el interior del automóvil, mostrando ellas unidas a su ser, el fruto negro y prometedor de una mediana cosecha. Pronto llegaría la hora de la caída, la prensa, el tiovivo de la conversión en aceite, el soporte del boquerón ya no tan barato y la feculosa tortilla de la población campesina. Apenas superado la última rasante, cuando ya la loma permitía vislumbrar El Lugar con sus casas blancas y menudas, andaluzamente limpias, andaluzamente altivas, y justo unos metros antes del stop a la general, el Conductor quedó un momento con su sorpresa en tensión: una figura pequeña-niño en cuclillas algo miraba de la carretera. La carretera gris, la misma que poco después el conductor pasaría subido en su automóvil. Y su tensión-sorpresa obligó a aguzar la vista y a como muy bien había aprendido en la Academia de Conductores, tocar la bocina poc-poc al ver bultos en la carretera. Diríase por la poca sorpresa que el pequeño-niño mostró, que no sólo no le extrañaba la presencia del Automóvil por la solitaria vía, sino que era lo que deseaba quizá con la ilusión grande de la espera de algo trascendente. A medida que pasaban metros, decámetros, el conductor, intrigado y atento, extremaba las posibilidades de un frenazo último. Pero apenas llegando al punto esencia de la confluencia, cuando ya su vista era capaz de traspasar el umbral mínimo de la percepción, dióse cuenta con rememorada infantil alegría que un palito, corto, torcido, gris, perfectamente alineado perpendicularmente al borde de la carretera, esperaba ser pisado por uno de los neumáticos y producir el Experimento largamente quizás esperado por el pequeño niño en cuclillas que anhelaba al borde de la carretera. Y simplemente, sin que casi merezca la pena ser contado, el conductor, con firme y delicado tirón de volante, hizo que el ayuntamiento palito-neumático se produjera para solaz y delicia del pequeño. Y el efecto que tan casi impercibido toque produjo en el alma de aquel pequeño niño al borde de una carretera gris y remendada en medio de un cuajado olivar tiritando de frío, NO NOS IMPORTA NI PODEMOS TRANSCRIBIR.
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