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Una
gasolinera con pretensiones Tenía
ciertamente un aspecto de funcionario. Bajito y
regordete, gruesas gafas de concha, traje azulón y corbata
un tanto ajada de
tanto estar colgada con el mismo nudo. Con
la prensa era servicial e incluso sobón y pastelero y
estaba siempre atento a facilitar datos, informaciones, a veces alguna
confidencia de la cosa municipal. Así
que poco a poco se había granjeado la confianza de
los chicos de la prensa y se permitía incluso confraternizar
con algunos. Claro
que en aquellos tiempos los chicos de la prensa se hacían
los estrechos, más
que por honestidad, por miedo a tratar con el estamento oficial. Por
eso no le fue difícil concertar una especie de rueda
de prensa oficiosa –porque él no tenía
poder real para hacerlo realmente- y
en medio de unas cervezas y unas aceitunas, desgranar detalles de lo
que un
grupo de cordobeses –no dio nombres- preocupados por el
desarrollo –mágica
palabra en los sesenta- y por el futuro del incipiente turismo
–otra panacea de
la época-, proyectaba conseguir la licencia oportuna para
–ta,ta,ta.chán-
construir en el solar que había junto al arco del Triunfo,
en la boca misma del
Puente Romano, una moderna gasolinera que facilitase el repostaje de
tanto
turista como se acercaba en los últimos tiempos a visitar la
gran
Mezquita-Catedral de Córdoba. Un
silencio, digamos que gélido, una parálisis en
alguna
aceituna que subía hacia la boca, un atragante en
algún buche de cerveza
subrayó la expectación del momento. El
funcionario, ajeno al sentir auténtico de estas
reacciones, se envalentonó y siguió aportando
excelencias del proyecto: que si
el turismo traía divisas, que si había que
facilitar las cosas al guiri de
turno – bueno en aquellos tiempos aún no se usaba
el palabro guiri, así que usó
un sinónimo que no me acuerdo-, que si se
crearían no sé cuántos puestos de
trabajo –ya entonces había paro- etc. Cada
cual terminó como pudo su cerveza e hizo mutis
aduciendo compromisos de cierre o de emisión
–según fuera de prensa o radio- y
dejamos al funcionario satisfecho y convencido de que el proyecto
marchaba
viento en popa en aquella España imperial y desarrollista
que vivíamos. Por
eso el cabreo que pilló cuando las primeras
críticas
surgieron en los medios fue mayúsculo, máxime
cuando la incomprensión de la
negativa a tan prometedor proyecto no encontraba en su corta mente
razones que
la justificasen. Así que se plegó al argumento de
la época que todo lo tapaba y
justificaba: por desgracia, la prensa está en manos de
comunistas. Fíjate tú.
(si interesa su publicación contacta conmigo)
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