Relatos urbanos

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El señor Ruiz

 

Vivía justo frente a la Comisaría. Desde mi ventana en el piso bajo, y con la persiana semiechada, llevaba tiempo viendo a diario las entradas y salidas de  la mayoría de sus policías. Sabía sus horarios y el uso de sus coches, los que iban a tomar la copa en el bar moderno de la esquina y los que lo hacían en la tabernilla que había en el piso frontero con el mío. Incluso tenia muy localizado el coche negro, un Seat 1500, cuya matrícula era un treinta y tantos mil y tenía el punto de los millares, detalle éste nada común  y que alguien me dijo una vez que era una contraseña para que la policía local supiera que era de la secreta, de la político social.

Y tenía superlocalizado al señor Ruiz, el jefe. Un hombrecillo no muy alto, siempre impecablemente vestido con traje negro y que se protegía su abundante y amarillento cráneo calvo con una mascota a juego. Tenía una sonrisa adornada por una dentadura de pequeños y alineados dientecillos blancos que le daba un cierto aire irónico a su ovalado rostro. Muchas veces llevaba en su mano una bolsa de plástico, fruto de sus compras en el cercano mercado del Alcázar.

Precisamente la llevaba el día que al abrir la puerta de mi piso me lo encontré mirando en los buzones de correos como buscando algo. Me dio un vuelco todo el cuerpo porque intuí lo que estaba buscando. Al oírme cerrar la puerta, se volvió y con una voz mitad amigable y mitad sibilina me preguntó:

-Oye, muchacho, tú sabes donde vive Mario Orozco

Como pude le contesté

-Sí, soy yo ¿qué desea?

Mi mente trabajaba a la misma velocidad que se iba acelerando mi pulso cardíaco. Por mi mente pasaron fugazmente imágenes presagiadoras de peligros policiales y represivos inminentes. Sin embargo y sorprendentemente la voz del señor Ruiz sonó amable y conciliadora.

-Hombre, encantado de conocerte. Soy el señor Ruiz, de ahí, de la comisaría.  Solo quería hablar contigo un poco.

De repente se me ocurrió sugerirle tomar una cerveza, más que nada por quitarlo del portal y evitar la coincidencia con mi familia, que por la hora que era, estaba al llegar, y evitar explicaciones complicadas.

-¡Ah, estupendo! ¿Quieres que vayamos al bar de enfrente?

-Sí, sí, vale.

Y allá fuimos, al bar de la esquina, al bar donde a diario se concentraba la plantilla policial en sus ratos de asueto. En todo el meollo.

No fui capaz de identificar el escudo plateado que lucia en su solapa, creo que era de una hermandad de penitencia, pero en la bolsa de plástico creí adivinar que llevaba pescado. En su traje negro, visto de cerca vi alguna mancha pardusca y algo de caspa en el entorno de las hombreras.

Tras un sorbo pausado a su cerveza y tratándome con una amabilidad casi dulce, empezó el interrogatorio.

-¿Y como es esto tuyo de escribir en un periódico?

Rápidamente pensé que lo mejor era ir al grano y con la verdad por derecho, como me decía frecuentemente Antonio.

-Verá, es que el año pasado quedé segundo en el concurso de redacción de Coca Cola, y al enterarme que en el periódico necesitaban gente para escribir, decidí presentarme a probar suerte.

-¡Ah, estupendo! El periódico es una buena escuela para desarrollar esas aptitudes literarias ¿Y quien te dio esa oportunidad?

-El delegado, Antonio Uceda.

-¿Antonio Uceda? Hombre, lo conozco, ¡que gran muchacho! Es un gran trabajador. ¿Y sobre qué temas escribes?

-Ahora de todo un poco, estamos pocos y hay que hacer todos los días dos páginas, que vienen a ser unos 15 ó veinte folios.

-Ya, ya. Sí, el periódico es un trabajo duro y constante, es como el nuestro, que no tiene horas. La noticia, lo mismo que el delito, se presenta a cualquier hora, no conoce festivos ni siesta, ni noches.

Entonces decidí contraatacar e ingenuamente pregunté

-¿Y que interés tiene usted en conocerme?

Esbozó una sonrisa y mientras me miraba con sus grises ojos supongo que tratando de penetrar el alcance de mi pregunta. Restó importancia al hecho

-Nada, nada hombre, es que nosotros tenemos que conocer a las personas importantes, y tú te estás convirtiendo en conocido con la firma de tus artículos y entrevistas. Tenemos que estar ojo avizor y conocer todo lo que nos rodea.

Quizás mi mirada resultó demasiado incrédula y matizó

-Hombre a mi me gusta conocer además profundamente a los chicos de la prensa, pues siempre puede haber intercambio de información que nos interesa a ambas partes, ¿me entiendes?, así que nos veremos de vez en cuando.

El aviso era claro y meridiano. Yo me hice el tonto y seguí contestando a sus sinuosas preguntas sobre mis estudios, profesión de mi padre, naturaleza. Curiosamente no preguntaba directamente, sino con preguntas como ¿tu padre también escribe? O ¿hay más maestros en tu familia?

Al término de la cerveza, que pagó religiosamente sin consentir que yo lo hiciera a pesar de mi intento, se despidió muy cortésmente y me anunció que volveríamos a vernos.

Cuando pude conectar con Uceda a través de un teléfono público y llamándolo a casa de su vecino como teníamos acordado para estos casos, éste me dijo que me fuera al pueblo y pasara allí la noche, por si las moscas, que él iba a indagar.

A la mañana siguiente cuando volví a llamarlo, me tranquilizó.

-Mario, no te preocupes. Es que el Gobernador Civil ha preguntado quien era ese que escribía en el periódico y simplemente… te han abierto ficha.

 

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